La persona que ejerce la hermosa profesión de la
docencia no puede generar nunca en el estudiante la desesperanza, es decir, la
imposibilidad de seguir intentando el aprendizaje las veces que sea posible,
por más que le haya costado mucho, evitar llegar incluso a la tentación de
descalificarlo o sembrarle la idea y hasta el sentimiento de imposibilidad
determinante o definitivo, haciéndole creer que no nació para lograr ese propósito.
Por el contrario, el profesional de la enseñanza
debe infundir una atmósfera positiva con amor y dedicación para que irrumpa en
sus educandos una disposición hacia el cambio o el logro de sus competencias,
pues la sociedad no se puede dar el lujo de perder a sus muchachos, es decir a
quienes la van a transformar para mejorarla y humanizarla más.
El o la docente que no sepa que su profesión se
lleva a cabo a través del amor y con la mejor disposición para impartir el
conocimiento acompañado de la motivación, la paciencia, el esmero, la humildad,
el valor de lograr su noble cometido debe buscarse otra profesión o por lo
menos dedicarse a cambiar profundamente su actitud y retomar su apostolado tal
cual es, para evitar defraudar la sociedad que lo ha puesto en el o ella
sus mejores auspicios.
Hay docente que pretenden apoyarse en su propias
vivencias de cuando estudiantes, y hacer ver que esos métodos y esa lógicas si
daban resultado puesto que ellos mismos son o fueron un ejemplo viviente de la
eficiencias de los mismos; sin poner en duda esos logros, lo que olvidan es que
el devenir humano implica cambios, y esos cambios se deben asumir, la realidad
no se puede petrificar, y por lo tanto el o la docente debe asumir su
magisterio asumiendo a esos cambios con criticidad y creatividad para
mejorarlos y sin otras prerrogativas más que el querer asumir su compromiso con
el presente y el futuro de la nación.
Lcdo. William Manzanilla
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